“Tú eres mi Dios y protector,¿por qué me rechazas?,
¿por qué voy andando sombrío,
hostigado por mi enemigo?” Salmo 42
REED
Nuestra fe estaba puesta en salvarnos detrás de la máscara,
en la letra pequeña del Acta de Registro, en la inútil tarea de perdurar.
Hoy nadie puede recordar tu voz en medio de tanta oscuridad:
nos perdiste. Nos perdiste queriendo abarcarlo todo.
Sedimentos de una miseria conseguida más allá de la atmósfera
y que siguen golpeándote más allá de lo humano, más allá de tus brazos.
Cada diploma abandonado en las mudanzas parece un rayo menos,
pero las órbitas atronadoras de tus excesos no son ruinas, sino culpas.
Por eso el último grito de Susan Storm no endureció tu piel.
Ni la sed de pasado que secó los ojos de Valeria von Doom.
Ni el quiebre futuro de los huesos de Franklin, tu pequeño Franklin.
En las ruinas del edificio Baxter resuena, invisible y fantástica, la rabia.
Es él quien nos devolverá para detener la masacre.
Sólo el futuro puede salvarnos de nosotros mismos.
No hay palabra que nombre a quien pierde un hijo, Richards:
ese dolor es una Zona Negativa más extensa, más inefable que tú.